Soy definitivamente una fanática de los perfumes, y aunque tengo mis favoritos, la verdad es que cambio con regularidad.
El año pasado me encanté con Olympéa de Paco Rabanne. Todo en ese perfume me interpretaba. Amé lo femenino de su envase y su presentación. Esa Cleopatra de los tiempos modernos convertida en la reina de las reinas, divinamente femenina.
Su aroma, otro elegido. Ese maravilloso encuentro entre la sensualidad del acorde de vainilla salada y el frescor de las notas florales, sobre todo el jazmín hidropónico, sin dudas, demasiado adictivo.
Y es que de alguna manera siempre me he rendido a las creaciones del modisto español, a esa audacia y modernidad que no solo le imprime a sus colecciones de alta costura o prêt-à-porter, sino desde 1969 también a sus fragancias.
Con Olympéa, Paco Rabanne escribió un nuevo capítulo, donde imagina la sensualidad inédita e irreverente a la que nada ni nadie puede resistir. Y dentro de ello, nace un subcapítulo que viene a cerrar, quizás por ahora, el perfecto círculo de la seducción.
Se trata de Olympéa Aqua, una fragancia que al igual que su madre es una aventura olfativa inédita, que en esta ocasión se desliza placentera y voluptuosamente hacia las notas florales: bergamota de Calabria, notas acuáticas y petit grain; flor de jengibre; vainilla, sal, ámbar gris y madera de cachemira, se funden en un enigmático aroma.
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Josue Gonzalez Ruiz
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