La que me conoce bien sabe que soy de carteras chicas, es más, las amo, porque de alguna manera me hacen llevar exclusivamente lo que necesito y no andar llenando bolsos con cientos de cosas que finalmente terminan por perderse incluso para siempre en un bolso grande.
Por eso cuando descubrí estas minibags de Louis Vuitton, simplemente las adoré. Primero está esa sensación de ternura que dan los objetos pequeños, como si fueran parte de ese inconsciente de niña que yo creo que cada una tiene en algunos minutos de su vida adulta.
La colección se llama Nano, de la palabra griega que significa “muy pequeño” o “ínfimo” y consta de siete bolsos iconos de la marca, pero claro en versión small Speedy (1930), Noé (1932), LockIT (1958), Alma (1992), Pallas (2013), W (2013) y Turenne (2014)— que ahora ofrecen una manera de moda de vanguardia y práctica para viajar a la ligera y llevar nada más que lo esencial.
Me imagino lo difícil que debe ser crear uno de estos. Lo digo con conocimiento. Hace unos años tuve la suerte de visitar el taller de Louis Vuitton en Asnières, en las afueras de París y el trabajo que hacen es real- mente artesanal, todo está fabricado a mano, desde el corte del cuero, hasta el último remache, y esta es una expresión perfecta en miniatura, pues cada bolso Nano vuelve a interpretar la forma exacta, la construcción, los materiales y costuras de su versión original y clásica.
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Josue Gonzalez Ruiz
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