La “Niña”, le llamaba en un doble significado, primero porque eso significaba su nombre artístico en el idioma del país donde nació. Y segundo, porque parecía ser que esa mujer grande y altísima que me pasaba fácilmente por dos cabezas, parecía no querer crecer, nunca jamás… y así parece que resultó irse, como una mujer que en el fondo siempre fue una niña deseosa de jugar y pasárselo en grande.
Bimba Bosé (nacida como Eleonora Salvatore en Roma, 1975) abandonó este mundo el pasado lunes víctima del cáncer, esa maldita enfermedad que el mundo moderno aún no es capaz de exterminar, pero que “la Niña” se encargó hasta el último de sus días de escupirle en la cara, insolente.
Su desaparición es una historia triste, que esperaba amargamente como la crónica de una muerte anunciada, desde que un colega tuviese el poco tino de anunciar como primicia. Tras someterse en el 2014 a una mastectomía, comenzó una lucha sin piedad, infatigable, contra el mal que la estaba comiendo por dentro, contra una metástasis que ya tenía comprometido huesos, hígado y cerebro. Pero eso a ella no le importaba. Seguía cantando, seguía desfilando, seguía disfrutando de sus hijas y una buena fiesta, riendo como que aquí no ha pasado nada, como esa diva ganadora y heroica que siempre fue.
A Bimba la conocí hace una década atrás, el mismo año que debutaba como cantante junto a Miguel (Bosé) al grabar juntos el tema “Como un lobo”. Era una época de oro en España, un renacimiento de las vanguardias, el nacimiento de la revista METAL, The Cabriolets, los primeros bloggers y DJ’s celebrities, los primero años del 080 con su generación dorada y el Ego de la antigua Cibeles.
Sin embargo, en ese tiempo Bimba ya era una estrella que desfilaba en las semanas de la moda de Milán y Nueva York, era portada en Vogue y Harper’s Bazaar, posaba para Steven Meisel y Mario Testino, comenzaba el proyecto empresarial junto a David Delfín y los Postigo, entre otras muchas otras actividades donde ella se tiraba de espaldas como un buzo submarino.
Y aun así le quedaban energías para pasearse por Barcelona y rondar las vanguardias que se iban gestando en la ciudad condal. Fue ahí, en una de las fiestas donde pinchaba Gerard Estadella, donde la vida nos juntaría para sacar chispas. Su deceso resulta hoy, después del impacto inicial, aún más doloroso.
Bimba era una preciosidad de mujer, bella, rara, de presencia intimidante pero corazón adolescente. Se sabía rara, y estaba orgullosa de serlo: “Para mí lo bello, lo atractivo, reside precisamente en la perfección y en el error. No todas somos flacas de ojos azules y con el cuerpo perfectamente depilado. Me niego a que me impongan ese canon”, decía la Niña, y vamos, qué razón tenía.
Durante su vida habló de todo, sin pelos en la lengua, nombrando a las cosas por su nombre e importándole bastante poco si caía bien o no a los oídos más conservadores. “Que les den” me confesaba, sin poder ni querer ocultar una sonrisa cómplice.
Su adiós, apenas superada la cuarta década, sólo puede hacerme caer en la cuenta, amargamente, de que no existieron dioses en mi vida, solo carne. Asimismo, puede ser que lo más cerca que haya estado cerca de ese sueño, de diosa, haya sido ella, la “Niña” Bimba.
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Josue Gonzalez Ruiz
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